Imprimido: 2024-10-03
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Unidad documental simple 000220 - Fuentes bibliográficas de la música afroargentina
Parte de Fondo Néstor Ortíz Oderigo
Área de identidad
Código de referencia
AR ABIBUNTREF C.BP-ORT-1-1-000220
Título
Fuentes bibliográficas de la música afroargentina
Fecha(s)
- 1912 - 1996 (Creación)
Nivel de descripción
Unidad documental simple
Volumen y soporte
16 fojas digitalizadas (15 tamaño oficio y una de 21,9 x 13,9 cm.)
Área de contexto
Nombre del productor
Ortíz Oderigo, Néstor
(1912-1996)
Historia biográfica
Néstor Ortiz Oderigo, escritor, musicólogo, estudioso del jazz, el folklore y la cultura africanas, nació el 11 de febrero de 1912, fue autor de “Música y músicos de América”, “Perfiles del jazz”, “Historia del jazz”, “Diccionario del jazz”, “Panorama de la música afroamericana”, “Estética del jazz”, “Aspectos de la cultura africana en el Río de la Plata”, “Croquis del candombe”, “Voces del África en el Río de la Plata”, “Macumba”, “Calunga”. Participó en revistas y publicaciones como “Rivista da Etnografía”, “África”, “Le Musée Vivant”, “Le Jazz Hot” y “Jazz”.
Sus primeros artículos aparecieron en la revista “Fonos” en 1928. Luego colaboró en diarios y revistas de todo el mundo como “La Nación”, “El Mundo”, “Nosotros”, “Lea y Vea”, “Davat”,“Saber Vivir”, “Sustancia”, “Associated Negro Press”, “Oportunity”, “Playback”, “Jazz
Magazine”, “Hot Club Magazine”, “Música Jazz”, “Pensamiento da América”, “Folha da Manha”, “Ritmo”, “Quilombo”, “Mundo Uruguayo”, “Rhythme”, “Australian Jazz Quarterly”.
Néstor Ortiz Oderigo había comenzado a entusiasmarse con la música de los afronorteamericanos a los catorce años. El amor por el jazz lo había conducido a interesarse en la cultura negra de toda Latinoamérica, en particular del Río de la Plata.
Murió en 1996, a los 84 años de edad. Su viuda donó la inmensa colección de libros sobre temas antropológicos, discos, tallas y tambores al Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su sobrina, Alicia Dujovne Ortiz, donó material inédito a la Universidad de Tres de Febrero para dar a conocer parte de la obra que no fue publicada por el autor.
Murió en 1996, a los 84 años de edad.
Sus primeros artículos aparecieron en la revista “Fonos” en 1928. Luego colaboró en diarios y revistas de todo el mundo como “La Nación”, “El Mundo”, “Nosotros”, “Lea y Vea”, “Davat”,“Saber Vivir”, “Sustancia”, “Associated Negro Press”, “Oportunity”, “Playback”, “Jazz
Magazine”, “Hot Club Magazine”, “Música Jazz”, “Pensamiento da América”, “Folha da Manha”, “Ritmo”, “Quilombo”, “Mundo Uruguayo”, “Rhythme”, “Australian Jazz Quarterly”.
Néstor Ortiz Oderigo había comenzado a entusiasmarse con la música de los afronorteamericanos a los catorce años. El amor por el jazz lo había conducido a interesarse en la cultura negra de toda Latinoamérica, en particular del Río de la Plata.
Murió en 1996, a los 84 años de edad. Su viuda donó la inmensa colección de libros sobre temas antropológicos, discos, tallas y tambores al Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su sobrina, Alicia Dujovne Ortiz, donó material inédito a la Universidad de Tres de Febrero para dar a conocer parte de la obra que no fue publicada por el autor.
Murió en 1996, a los 84 años de edad.
Institución archivística
Historia archivística
Origen del ingreso o transferencia
Área de contenido y estructura
Alcance y contenido
El PDF corresponde al texto original que aparece en el capítulo 3 del libro "Esquema de la música afroargentina". Se presenta lo escrito por Néstor Ortíz Oderigo en esta agrupación documental:
"Las fuentes bibliográficas referentes a la música y las danzas que los esclavos trajeron al Río de la Plata recogen diversas fichas del más encumbrado interés etnomusicológico y etnográfico. Algunas de ellas acusan una destacada significación y se han prestado a que en torno de su contenido se hayan tejido encontradas opiniones, no siempre objetivas y sustentadas por sólidos conocimientos de la materia.
En el sentido apuntado destaca su perfil la obra rotulada Histoire d’un voyage aux iles Malouines. Fait en 1763 et 1764. Fue publicada en París en el año 1770 y su autor era el benedictino francés Dom Pernetty, capellán de la expedición del navegante Louis Antoine de Bougainville a nuestras islas Malvinas. Aparece en este libro una amplia descripción de la famosa danza de génesis africana rotulada calenda, caleinda, caringa o calinda. En diversos países americanos alcanzó su radio de dispersión, desde los Estados Unidos y las Indias Occidentales hasta el Río de la Plata (…). Se ha llevado al territorio de la duda la validez del testimonio acerca de ese baile. Pues la pintura de su mímica coreográfica está tomada en forma casi literal de la que figura en el libro rotulado Nouveau voyage aux Isles de l’Amérique, del P. Labat. Pero este hecho no resta trascendencia alguna al documento. Porque si Pernetty fue en busca de aquel texto para copiarlo, y desechó cualquier otro, no debe de haber sido por pura casualidad, sino por causa, sin duda, de haber encontrado similitud, o acaso exactitud, entre el baile que observó y la relación que figura en dicho volumen de Labat.
Lo dicho en el párrafo anterior puede aplicarse sin variar una coma, al libro de Julién Millet. Entre los años 1808 y 1820, el viajero francés estuvo en la América meridional. Y en sus Voyages dans l’interieur de l’Amérique (1823), nos habla de una danza que vio bailar en Quillota, Chile. La denomina lariate y en su descripción acude, también, al plagio del citado libro firmado por el P. Labat, quien, en estos menesteres, tampoco era trigo limpio ...
Corresponde ahora que anotemos un precioso documento sobre la música, la coreografía y las ceremonias que efectuaban los negros en el Río de la Plata; documento hasta hoy no mencionado en ninguna bibliografía, ni en obra de especie alguna que toque el tema del África y sus culturas. Hablamos de Voyage autour du monde par la Fragete du Roi “La Bondeuse” et “La flúte l’Etoile”. Publicado en París en el año 1772, salió al amparo de la firma del navegante francés ya mencionado Louis Antoine de Bougainville, quien en 1776 emprendió, desde Brest, una expedición alrededor del mundo, con el patrocinio del gobierno de su patria. Pasó el estrecho de Magallanes y exploró el enorme y peligroso archipiélago de Pomton. Hizo una serie de descubrimientos científicos. En esta obra encontramos una excelente descripción de fiestas, músicas y miembros organográficos de matriz africana. Líneas más abajo va un fragmento de su relato.
“Los dominicanos han establecido una cofradía de negros. Tienen sus capillas, sus misas, sus fieles y un entierro decente. Y para todo esto no les cuesta sino cuatro reales por negro asociado (…). Los negros reconocen por patronos a San Benito de Palermo y la Virgen, tal vez por causa de las palabras de la Escritura: “Nigra sum, sed Formosa Jerusalem”.
El día de su fiesta eligen dos reyes, de los cuales uno representa al Rey de España y el otro al de Portugal (…), y cada uno escoge su reina. Los dos bandos, bien armados y vestidos, forman detrás de los reyes en la procesión, que marcha con la cruz, estandartes e instrumentos musicales. Se canta, baila y libran combates entre ambos y se recitan letanías. La fiesta se extiende desde la mañana hasta la noche y el espectáculo es muy atrayente”.
Bien conocido y citado con generosa frecuencia, es el testimonio del cuzqueño Calixto Bustamante Carlos Inca. Escudado tras el seudónimo de “Concolorcorvo”, entregó a la imprenta el divulgado y pintoresco libro El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, 1773. Fue publicado en Gijón, en el año que figura en el título de la obra, según consta en la tapa del libro originario, aunque se afirma que vio la luz en la capital peruana.
En el capítulo segundo de esa obra, el pintoresco autor se refiere a los negros, a sus cantos, a sus bailes e instrumentos musicales. Los compara, con evidente desventaja, con iguales elementos de la cultura amerindia. Se refiere a miembros organográficos tan conocidos en toda América donde hubo negros, como la quijada de un asno, con la dentadura floja, sobre la cual se restriega un palo o hueso de carnero, para arrancarle unas sonoridades raspantes. Es decir, se trata del jawbone de los afronorteamericanos y de la “quijada” de los afrocubanos, miembros sonoros derivados del principio organográfico del cassuto africano, mencionado por David Livingstone y otros viajeros del inmenso continente de procedencia de los negros. También menciona un tambor bimembranófono y acaso ambipercusivo y se detiene en otros pormenores de la organografía, así como de la coreografía, de los hombres de rostro de bronce.
He aquí las pintorescas y discutibles palabras del célebre Concolorcorvo:
“Los negros civilizados en sus reinos son infinitamente más groseros que los indios. Repare el buen inca la diferencia que hay en los bailes, canto y música de una y otra nación. Los instrumentos de los indios son las flautillas y algunos otros de cuerda, que tañen y tocan con mucha suavidad, como asimismo los tamborillos. Su canto es suave, aunque toca siempre a fúnebre. Sus danzas son muy serias y acompasadas, y sólo tienen de ridículo para nosotros la multitud de cascabeles que se cuelgan por todo el cuerpo, hasta llegar a la planta del pié, y que suenan acompasadamente. Es cierto que los cascabeles los introdujeron los españoles en los prestales de sus caballos para alegrar a estos generosos animales y atolondrar a los indios, que después que conocieron que aquellos no eran espíritus maléficos, los adoptaron como tutelares de sus danzas y diversiones. Las diversiones de los negros “bozales” son las más bárbaras y groseras que se puedan imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada, con su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta ú otro palo duro, con que hacen unos altos y tiples tan fastidiosos y desagradables que provocan á tapar los oídos ó á correr á los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos. En lugar del tamborillo de los indios, usan los negros un tronco hueco, y a los extremos, le ciñen un pellejo tosco. Este tambor lo carga un negro, tendido sobre su cabeza, y otro va por detrás, con dos palillos en la mano, en figura de zancos, golpeando el cuero con sus puntas, sin orden, y sólo con el fin de hacer ruido. Los demás instrumentos son igualmente pulidos, y sus danzas se reducen á menear la barriga y las caderas con mucha deshonestidad, á que acompañan con gestos ridículos, y que traen á la imaginación la fiesta que hacen al diablo los brujos en los sábados, y finalmente sólo se parecen las diversiones de los negros á las de los indios, en que todas principian y terminan en borracheras”.
El instrumento musical que más emplearon y utilizan los negros, tanto en el África como en todos los países de Afroamérica en que fueron introducidos por la marea esclavista, pertenece a la familia de los membranófonos. Su origen nos conduce hasta la noche más remota de los tiempos. Es el tambor. De él existen los más variados tamaños y morfologías. Se lo utiliza para diversas finalidades y recibe distintos nombres, por lo general los mismos de las danzas o de las ceremonias mágico-religiosas o profanas, a las cuales brindan su pulso, como el juba, en los Estados Unidos, y el candombe o bambula, en el Río de la Plata.
En el África negra era y aún sigue siendo el símbolo de la autoridad regis o militar. El tambor es el órgano parlante de una potencia sobrenatural; por eso lo tiene consigo cada jefe de clan o de tribu. El tambor regio es una institución típica del África negra. A veces, para construir el tambor privativo de un nuevo rey, hay que cumplir con sagrados ritos y hasta alimentarlo con la sangre de un decapitado, antaño un enemigo vencido o un esclavo, hoy un toro en pleno vigor.
Si se tiene en consideración lo antedicho, no podrá resultar extraño el hecho de que los etnógragos, en cuanto nos hablan de la vida y de las costumbres de los pueblos africanos y afroamericanos, se refieran a la singular trascendencia que conquistan los membranófonos en todos los actos de sus vidas altamente socializadas.
Respecto de la Argentina, además del pintoresco documento aportado por Concolorcorvo, muchos otros autores nos han hablado de los sempiternos tambores de los negros. Pero existe una obra del más profundo interés en el sentido apuntado. Hablamos de Memorias de un viejo, publicada en el año 1883 por Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada).
Víctor Gálvez nos habla de los candombes, de su “ruido infernal “ y de las “naciones” en que estaban divididos los hombres de rostro de bronce en nuestro país, así como se agrupaban en otras latitudes de nuestro continente. Respecto de sus tambores, nos informa que acusaban una forma original. Eran especies de grandes calabazas que los negros colocaban entre las piernas y “sentados, con unos palos cortos con un globo al extremo, pegaban sobre el pellejo tirante colocado en los dos extremos de la calabaza: los golpes eran acompasados y servían de acompañamiento á los coros que todos entonaban en sus dialectos, cantares verdaderamente bárbaros” (…).
El viajero Auguste Saint Hilaire pasó por Montevideo durante el mes de noviembre del año 1820 y se vio atraído por las danzas que los afro-rioplatenses ejecutaban en la capital uruguaya. En su Voyage a Río Grande do Sul. Publicado en Orleáns en el año 1887, inserta una descripción que traduce su desagrado por los bailes y las ceremonias de los negros del Uruguay. Veamos cómo entona su de afinado canto:
“De paseo por la ciudad, llegué a una pequeña plaza, donde bailaban varios grupos de negros. Movimientos violentos, posturas innobles, contorsiones horrorosas, constituían los bailes de estos africanos, a los que se entregaban apasionadamente, con una especie de furor. En realidad, cuando bailan se olvidan de sí mismos”.
Quedaría un tremendo vacío en este fugaz panorama de la bibliografía referente a la música, las danzas y ceremonias mágico-religiosas de los africanos trasladados a nuestro continente, si no nos refiriéramos a la obra de otro viajero y naturalista que a su paso por playas rioplatenses, dejó estampadas sus opiniones acerca de los temas apuntados. Es el explorador y hombre de ciencia francés Alcides d’Orbigny, quien describe la famosa fiesta del Día de Reyes, celebrada por los afroamericanos de diversas latitudes del Nuevo Mundo. Oigamos su apasionante relato:
“El 6 de enero, Día de Reyes, fantásticas ceremonias llamaron mi atención. Todos los negros nacidos en las costas del África se reúnen por tribus; cada una de ellas elige un rey y una reina. Ataviados del modo más original, con las ropas más vistosas que pueden encontrar, precedidos por todos los súbditos de sus respectivas tribus, estas majestades de un día, van primero a misa y luego se pasean por la ciudad. Por fin, en la pequeña plaza del Mercado -el autor se refiere a la ciudad de Montevideo, donde fue testigo de la escena que pinta-, ejecutan, cada una a su manera, una danza característica de su “nación”.
“He visto sucederse bailes guerreros, simulacros de trabajos agrícolas y figuras de lo más lascivo. En esa forma y por un instante, más de seiscientos negros parecían haber reconquistado su nacionalidad, en el seno de una patria imaginaria cuyo recuerdo les brindaba alivio, en medio de esas bulliciosas saturnales, y les hacía olvidar, en un solo día de placer, las privaciones y los dolores de dilatados años de esclavitud”.
En el territorio por que transitamos se encuentra un hito de la mayor magnitud. Ha quedado como “clásico” en la trayectoria de los “diarios”, notas, impresiones y descripciones que nos legaron viajeros, etnógrafos, exploradores, hombres de ciencia y escritores en general respecto del asunto. Hablamos de la obra rotulada Montevideo antigua. En su segundo tomo, publicado en el año 1888, inserta su autor, el memorialista Isidoro De María, un capítulo titulado El recinto y los candombes, al que, sin duda alguna, han ido a beber casi todos los autores que trabajaron la rica veta de esta generosa cantera.
El año 1889 presencia el surgimiento de otra acción ya tradicional en las fronteras de los estudios americanos y aún afroamericanos. Fue escrito por un autor español llevado de niño a Montevideo, donde vio la luz pública la obra de que hablamos. Era el hoy famoso libro Vocabulario rioplatense razonado, y su autor, Daniel Granada.
La papeleta correspondiente al candombe afro-rioplatense reza:
“Candombe, m. -Danza de negros.- En sent. fig., inmoral, desgobierno político.
“Hacían estas danzas los negros africanos en Montevideo, hasta hace poco tiempo, todos los años, desde el día de Navidad (25 de diciembre) hasta el de Reyes (6 de enero), con el aparato de instrumentos, trajes y clamoroso canto que les era peculiar. Hoy en el día, habiendo muerto la mayor parte de los negros africanos y de los que conservaban sus costumbres, los candombes, aun cuando se repiten todos los años en la época indicada, están despojados de sus formas características, de manera que sólo tienen de ellos el nombre”.
En conclusión, vemos, pues, que el arte de la bella combinación de los sonidos engendrado en moldes africanos y afroamericanos, no es un fenómeno exclusivo de nuestro convulsionado tiempo, como se supone con frecuencia, al vincularlo con el “modernismo”, con la histeria que vivió el mundo durante la primera posguerra y con la era mecánica y precipitada en que nos desenvolvemos. Sus primeros destellos nos hacen saltar, por lo menos, hasta el siglo catorce. Vale decir, cuando aún no se había edificado en forma “oficial” el tenebroso engranaje del “comercio de ébano” o del “oro negro”, en más de un país del Nuevo Mundo.
Porque resulta por demás evidente que el canto, el baile y el tañido de miembros organográficos constituyen la sólida e inconmovible andamiada desde la cual se construyeron los primeros y más antiguos pisos del generoso edificio de la cultura espiritual de los hombres de rostro de bronce oriundos del África. Por lo cual constituyen los patrones culturales que más han llamado la atención de viajeros, exploradores, publicistas de recuerdos, funcionarios coloniales especializados, etnógrafos, antropólogos, etnomusicólogos y escritores en general que se han referido a los más diversos y variados aspectos de la textura cultural de los negros, en cualquier época y en todas las latitudes.”
"Las fuentes bibliográficas referentes a la música y las danzas que los esclavos trajeron al Río de la Plata recogen diversas fichas del más encumbrado interés etnomusicológico y etnográfico. Algunas de ellas acusan una destacada significación y se han prestado a que en torno de su contenido se hayan tejido encontradas opiniones, no siempre objetivas y sustentadas por sólidos conocimientos de la materia.
En el sentido apuntado destaca su perfil la obra rotulada Histoire d’un voyage aux iles Malouines. Fait en 1763 et 1764. Fue publicada en París en el año 1770 y su autor era el benedictino francés Dom Pernetty, capellán de la expedición del navegante Louis Antoine de Bougainville a nuestras islas Malvinas. Aparece en este libro una amplia descripción de la famosa danza de génesis africana rotulada calenda, caleinda, caringa o calinda. En diversos países americanos alcanzó su radio de dispersión, desde los Estados Unidos y las Indias Occidentales hasta el Río de la Plata (…). Se ha llevado al territorio de la duda la validez del testimonio acerca de ese baile. Pues la pintura de su mímica coreográfica está tomada en forma casi literal de la que figura en el libro rotulado Nouveau voyage aux Isles de l’Amérique, del P. Labat. Pero este hecho no resta trascendencia alguna al documento. Porque si Pernetty fue en busca de aquel texto para copiarlo, y desechó cualquier otro, no debe de haber sido por pura casualidad, sino por causa, sin duda, de haber encontrado similitud, o acaso exactitud, entre el baile que observó y la relación que figura en dicho volumen de Labat.
Lo dicho en el párrafo anterior puede aplicarse sin variar una coma, al libro de Julién Millet. Entre los años 1808 y 1820, el viajero francés estuvo en la América meridional. Y en sus Voyages dans l’interieur de l’Amérique (1823), nos habla de una danza que vio bailar en Quillota, Chile. La denomina lariate y en su descripción acude, también, al plagio del citado libro firmado por el P. Labat, quien, en estos menesteres, tampoco era trigo limpio ...
Corresponde ahora que anotemos un precioso documento sobre la música, la coreografía y las ceremonias que efectuaban los negros en el Río de la Plata; documento hasta hoy no mencionado en ninguna bibliografía, ni en obra de especie alguna que toque el tema del África y sus culturas. Hablamos de Voyage autour du monde par la Fragete du Roi “La Bondeuse” et “La flúte l’Etoile”. Publicado en París en el año 1772, salió al amparo de la firma del navegante francés ya mencionado Louis Antoine de Bougainville, quien en 1776 emprendió, desde Brest, una expedición alrededor del mundo, con el patrocinio del gobierno de su patria. Pasó el estrecho de Magallanes y exploró el enorme y peligroso archipiélago de Pomton. Hizo una serie de descubrimientos científicos. En esta obra encontramos una excelente descripción de fiestas, músicas y miembros organográficos de matriz africana. Líneas más abajo va un fragmento de su relato.
“Los dominicanos han establecido una cofradía de negros. Tienen sus capillas, sus misas, sus fieles y un entierro decente. Y para todo esto no les cuesta sino cuatro reales por negro asociado (…). Los negros reconocen por patronos a San Benito de Palermo y la Virgen, tal vez por causa de las palabras de la Escritura: “Nigra sum, sed Formosa Jerusalem”.
El día de su fiesta eligen dos reyes, de los cuales uno representa al Rey de España y el otro al de Portugal (…), y cada uno escoge su reina. Los dos bandos, bien armados y vestidos, forman detrás de los reyes en la procesión, que marcha con la cruz, estandartes e instrumentos musicales. Se canta, baila y libran combates entre ambos y se recitan letanías. La fiesta se extiende desde la mañana hasta la noche y el espectáculo es muy atrayente”.
Bien conocido y citado con generosa frecuencia, es el testimonio del cuzqueño Calixto Bustamante Carlos Inca. Escudado tras el seudónimo de “Concolorcorvo”, entregó a la imprenta el divulgado y pintoresco libro El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, 1773. Fue publicado en Gijón, en el año que figura en el título de la obra, según consta en la tapa del libro originario, aunque se afirma que vio la luz en la capital peruana.
En el capítulo segundo de esa obra, el pintoresco autor se refiere a los negros, a sus cantos, a sus bailes e instrumentos musicales. Los compara, con evidente desventaja, con iguales elementos de la cultura amerindia. Se refiere a miembros organográficos tan conocidos en toda América donde hubo negros, como la quijada de un asno, con la dentadura floja, sobre la cual se restriega un palo o hueso de carnero, para arrancarle unas sonoridades raspantes. Es decir, se trata del jawbone de los afronorteamericanos y de la “quijada” de los afrocubanos, miembros sonoros derivados del principio organográfico del cassuto africano, mencionado por David Livingstone y otros viajeros del inmenso continente de procedencia de los negros. También menciona un tambor bimembranófono y acaso ambipercusivo y se detiene en otros pormenores de la organografía, así como de la coreografía, de los hombres de rostro de bronce.
He aquí las pintorescas y discutibles palabras del célebre Concolorcorvo:
“Los negros civilizados en sus reinos son infinitamente más groseros que los indios. Repare el buen inca la diferencia que hay en los bailes, canto y música de una y otra nación. Los instrumentos de los indios son las flautillas y algunos otros de cuerda, que tañen y tocan con mucha suavidad, como asimismo los tamborillos. Su canto es suave, aunque toca siempre a fúnebre. Sus danzas son muy serias y acompasadas, y sólo tienen de ridículo para nosotros la multitud de cascabeles que se cuelgan por todo el cuerpo, hasta llegar a la planta del pié, y que suenan acompasadamente. Es cierto que los cascabeles los introdujeron los españoles en los prestales de sus caballos para alegrar a estos generosos animales y atolondrar a los indios, que después que conocieron que aquellos no eran espíritus maléficos, los adoptaron como tutelares de sus danzas y diversiones. Las diversiones de los negros “bozales” son las más bárbaras y groseras que se puedan imaginar. Su canto es un aúllo. De ver sólo los instrumentos de su música se inferirá lo desagradable de su sonido. La quijada de un asno, bien descarnada, con su dentadura floja, son las cuerdas de su principal instrumento, que rascan con un hueso de carnero, asta ú otro palo duro, con que hacen unos altos y tiples tan fastidiosos y desagradables que provocan á tapar los oídos ó á correr á los burros, que son los animales más estólidos y menos espantadizos. En lugar del tamborillo de los indios, usan los negros un tronco hueco, y a los extremos, le ciñen un pellejo tosco. Este tambor lo carga un negro, tendido sobre su cabeza, y otro va por detrás, con dos palillos en la mano, en figura de zancos, golpeando el cuero con sus puntas, sin orden, y sólo con el fin de hacer ruido. Los demás instrumentos son igualmente pulidos, y sus danzas se reducen á menear la barriga y las caderas con mucha deshonestidad, á que acompañan con gestos ridículos, y que traen á la imaginación la fiesta que hacen al diablo los brujos en los sábados, y finalmente sólo se parecen las diversiones de los negros á las de los indios, en que todas principian y terminan en borracheras”.
El instrumento musical que más emplearon y utilizan los negros, tanto en el África como en todos los países de Afroamérica en que fueron introducidos por la marea esclavista, pertenece a la familia de los membranófonos. Su origen nos conduce hasta la noche más remota de los tiempos. Es el tambor. De él existen los más variados tamaños y morfologías. Se lo utiliza para diversas finalidades y recibe distintos nombres, por lo general los mismos de las danzas o de las ceremonias mágico-religiosas o profanas, a las cuales brindan su pulso, como el juba, en los Estados Unidos, y el candombe o bambula, en el Río de la Plata.
En el África negra era y aún sigue siendo el símbolo de la autoridad regis o militar. El tambor es el órgano parlante de una potencia sobrenatural; por eso lo tiene consigo cada jefe de clan o de tribu. El tambor regio es una institución típica del África negra. A veces, para construir el tambor privativo de un nuevo rey, hay que cumplir con sagrados ritos y hasta alimentarlo con la sangre de un decapitado, antaño un enemigo vencido o un esclavo, hoy un toro en pleno vigor.
Si se tiene en consideración lo antedicho, no podrá resultar extraño el hecho de que los etnógragos, en cuanto nos hablan de la vida y de las costumbres de los pueblos africanos y afroamericanos, se refieran a la singular trascendencia que conquistan los membranófonos en todos los actos de sus vidas altamente socializadas.
Respecto de la Argentina, además del pintoresco documento aportado por Concolorcorvo, muchos otros autores nos han hablado de los sempiternos tambores de los negros. Pero existe una obra del más profundo interés en el sentido apuntado. Hablamos de Memorias de un viejo, publicada en el año 1883 por Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada).
Víctor Gálvez nos habla de los candombes, de su “ruido infernal “ y de las “naciones” en que estaban divididos los hombres de rostro de bronce en nuestro país, así como se agrupaban en otras latitudes de nuestro continente. Respecto de sus tambores, nos informa que acusaban una forma original. Eran especies de grandes calabazas que los negros colocaban entre las piernas y “sentados, con unos palos cortos con un globo al extremo, pegaban sobre el pellejo tirante colocado en los dos extremos de la calabaza: los golpes eran acompasados y servían de acompañamiento á los coros que todos entonaban en sus dialectos, cantares verdaderamente bárbaros” (…).
El viajero Auguste Saint Hilaire pasó por Montevideo durante el mes de noviembre del año 1820 y se vio atraído por las danzas que los afro-rioplatenses ejecutaban en la capital uruguaya. En su Voyage a Río Grande do Sul. Publicado en Orleáns en el año 1887, inserta una descripción que traduce su desagrado por los bailes y las ceremonias de los negros del Uruguay. Veamos cómo entona su de afinado canto:
“De paseo por la ciudad, llegué a una pequeña plaza, donde bailaban varios grupos de negros. Movimientos violentos, posturas innobles, contorsiones horrorosas, constituían los bailes de estos africanos, a los que se entregaban apasionadamente, con una especie de furor. En realidad, cuando bailan se olvidan de sí mismos”.
Quedaría un tremendo vacío en este fugaz panorama de la bibliografía referente a la música, las danzas y ceremonias mágico-religiosas de los africanos trasladados a nuestro continente, si no nos refiriéramos a la obra de otro viajero y naturalista que a su paso por playas rioplatenses, dejó estampadas sus opiniones acerca de los temas apuntados. Es el explorador y hombre de ciencia francés Alcides d’Orbigny, quien describe la famosa fiesta del Día de Reyes, celebrada por los afroamericanos de diversas latitudes del Nuevo Mundo. Oigamos su apasionante relato:
“El 6 de enero, Día de Reyes, fantásticas ceremonias llamaron mi atención. Todos los negros nacidos en las costas del África se reúnen por tribus; cada una de ellas elige un rey y una reina. Ataviados del modo más original, con las ropas más vistosas que pueden encontrar, precedidos por todos los súbditos de sus respectivas tribus, estas majestades de un día, van primero a misa y luego se pasean por la ciudad. Por fin, en la pequeña plaza del Mercado -el autor se refiere a la ciudad de Montevideo, donde fue testigo de la escena que pinta-, ejecutan, cada una a su manera, una danza característica de su “nación”.
“He visto sucederse bailes guerreros, simulacros de trabajos agrícolas y figuras de lo más lascivo. En esa forma y por un instante, más de seiscientos negros parecían haber reconquistado su nacionalidad, en el seno de una patria imaginaria cuyo recuerdo les brindaba alivio, en medio de esas bulliciosas saturnales, y les hacía olvidar, en un solo día de placer, las privaciones y los dolores de dilatados años de esclavitud”.
En el territorio por que transitamos se encuentra un hito de la mayor magnitud. Ha quedado como “clásico” en la trayectoria de los “diarios”, notas, impresiones y descripciones que nos legaron viajeros, etnógrafos, exploradores, hombres de ciencia y escritores en general respecto del asunto. Hablamos de la obra rotulada Montevideo antigua. En su segundo tomo, publicado en el año 1888, inserta su autor, el memorialista Isidoro De María, un capítulo titulado El recinto y los candombes, al que, sin duda alguna, han ido a beber casi todos los autores que trabajaron la rica veta de esta generosa cantera.
El año 1889 presencia el surgimiento de otra acción ya tradicional en las fronteras de los estudios americanos y aún afroamericanos. Fue escrito por un autor español llevado de niño a Montevideo, donde vio la luz pública la obra de que hablamos. Era el hoy famoso libro Vocabulario rioplatense razonado, y su autor, Daniel Granada.
La papeleta correspondiente al candombe afro-rioplatense reza:
“Candombe, m. -Danza de negros.- En sent. fig., inmoral, desgobierno político.
“Hacían estas danzas los negros africanos en Montevideo, hasta hace poco tiempo, todos los años, desde el día de Navidad (25 de diciembre) hasta el de Reyes (6 de enero), con el aparato de instrumentos, trajes y clamoroso canto que les era peculiar. Hoy en el día, habiendo muerto la mayor parte de los negros africanos y de los que conservaban sus costumbres, los candombes, aun cuando se repiten todos los años en la época indicada, están despojados de sus formas características, de manera que sólo tienen de ellos el nombre”.
En conclusión, vemos, pues, que el arte de la bella combinación de los sonidos engendrado en moldes africanos y afroamericanos, no es un fenómeno exclusivo de nuestro convulsionado tiempo, como se supone con frecuencia, al vincularlo con el “modernismo”, con la histeria que vivió el mundo durante la primera posguerra y con la era mecánica y precipitada en que nos desenvolvemos. Sus primeros destellos nos hacen saltar, por lo menos, hasta el siglo catorce. Vale decir, cuando aún no se había edificado en forma “oficial” el tenebroso engranaje del “comercio de ébano” o del “oro negro”, en más de un país del Nuevo Mundo.
Porque resulta por demás evidente que el canto, el baile y el tañido de miembros organográficos constituyen la sólida e inconmovible andamiada desde la cual se construyeron los primeros y más antiguos pisos del generoso edificio de la cultura espiritual de los hombres de rostro de bronce oriundos del África. Por lo cual constituyen los patrones culturales que más han llamado la atención de viajeros, exploradores, publicistas de recuerdos, funcionarios coloniales especializados, etnógrafos, antropólogos, etnomusicólogos y escritores en general que se han referido a los más diversos y variados aspectos de la textura cultural de los negros, en cualquier época y en todas las latitudes.”
Valorización, destrucción y programación
Accruals
Sistema de arreglo
La Colección se encuentra almacenada en un mueble con cajones de gran formato, que conservan el orden que tuvieran en cajas numeradas de forma correlativa (y con carpetas sin tapa, ordenadas alfabéticamente). Las mismas contienen folios organizados por el personal que las procesó para la edición de los libros de Néstor Ortíz Oderigo.
Área de condiciones de acceso y uso
Condiciones de acceso
Condiciones
Idioma del material
- español
Escritura del material
Notas sobre las lenguas y escrituras
Características físicas y requisitos técnicos
Instrumentos de descripción
Área de materiales relacionados
Existencia y localización de originales
Existencia y localización de copias
Unidades de descripción relacionadas
Puede encontrar el libro: "Esquema de la música afroargentina" en las sedes de Biblioteca Untref. El siguiente enlace, corresponde a los ejemplares existentes en las mismas: http://170.210.60.93:8080/cgi-bin/koha/catalogue/detail.pl?biblionumber=10178
Área de notas
Notas
Notas
Las fojas 1 y 3 se encuentran repetidas.
Puntos de acceso
Puntos de acceso por materia
Puntos de acceso por lugar
Puntos de acceso por autoridad
- Ortíz Oderigo, Néstor (Productor)
Área de control de la descripción
Identificador de la descripción
AR C ABIBUNTREF OS1SS1-27
Identificador de la institución
AR ABIBUNTREF
Reglas y/o convenciones usadas
Estado de elaboración
Final
Nivel de detalle
Parcial
Fechas de creación revisión eliminación
2024-03-05: revisión.
Idioma(s)
- español
Escritura(s)
Fuentes
Metadatos del objeto digital
Tipo de soporte
Texto
Mime-type
application/pdf
Tamaño del archivo
2.2 MiB
Cargado
5 de marzo de 2024 13:36